Trabajar con maderas para construir muebles de calidad es la definición de ebanista y el oficio de Pablo Yubero desde que era un niño, cuando sus juguetes eran bloques de madera, herramientas y maquinaria. Desde entonces disfruta horas con la gubia y da forma a una materia prima de la que conoce cada veta y con la que logra verdaderas piezas de arte. Colabora con artesanos y diseñadores como Toni Porto, Gabriel Canedo, María Ulecia, Juan Ruiz Ribas, Gabi Chillida y, más recientemente, con Isita Home. Para nosotros ha realizado piezas a medida para el Mercado de San Miguel, la tienda y winebar Rioja Alta, la Zona VIP Madrid Fusión, Lettera o Panod, además de para proyectos residenciales.

¿Cuál es la historia del taller?
Yubero sigue una continuidad familiar porque, en 1929 mi abuelo abre el primer taller de ebanistería en la calle Pensamiento del barrio de Tetuán. Al terminar la guerra mi padre se hace tallista, un proceso que brilló hasta los años 50 cuando se trabajaba para realizar despachos de notarios, o el ‘mobiliario elegante’, como se denominaba en aquella época a los muebles que decoraban el vestíbulo. Se llevaba el estilo Renacimiento español, muy ornamental, con mascarones, guerreros, temas mitológicos, figuras griegas y romanas. En el almacén conservo uno de estos muebles tan característicos.
Eran unos años en los que las maderas que más se trabajaban eran pino, castaño o nogal español, éste último de muy buena calidad. Por entonces, se compraban montes enteros, sin embargo, a partir de los años 90 la madera ya proviene de repoblación. Entre la década de los 50 y los 70 la talla se devaluó mucho y aparecieron materiales como la formica o el poliéster y el taller se recicló.

¿Por qué crees que se ha mantenido la saga familiar?
Yo nací en el taller de ebanistería y mis juguetes eran pedazos de madera, herramientas y maquinaria. A los doce años ya estaba lijando y dibujando. Mi relación con la carpintería ha sido siempre tan cercana que a los dieciséis empecé a tallar y al acabar la universidad me puse a trabajar y a conocer el mundillo de la madera. Tras unos meses en EE. UU. donde conocí muchas técnicas, volví a España para dedicarme más a reformas o eventos, pero siempre manteniendo un contacto estrecho con la madera.
Desde hace cinco o seis años empecé a hacer obras donde se valora la materia prima, como el proyecto del Mercado de San Miguel con vosotras. Son años en los que, gracias a diseñadores, interioristas o arquitectos jóvenes, se empieza a revalorizar el trabajo artesanal, el producto final hecho a mano. Se acaba el concepto de ‘usar y tirar’ y las nuevas generaciones valoran más las piezas de mobiliario que se pueden heredar, que también es una idea más sostenible.

¿De dónde proceden las maderas que empleáis en Yubero?
Las maderas con las que trabajo son roble, castaño, fresno, haya, pino y arce provienen siempre de lugares de cercanía, de Galicia o del sur de Francia, mientras que, las exóticas proceden de África, Sudamérica o EE. UU. De los 90 a esta parte ya toda la materia prima está certificada.
Por ejemplo, la madera asiática no viene casi a España porque no tiene un control de reforestación y pasa lo mismo en Brasil o el Amazonas, donde se corta y nadie se ocupa de reforestar. No podemos comparar los precios porque no existen controles ni se tienen en cuenta una serie de valores sociales o de calidad o sueldos dignos.

¿Qué piensas del impacto ambiental de emplear este noble material?
La madera es un material que se regenera continuamente y es más que sostenible porque se recupera solo. Se planta, a los 25 años se corta, en el secadero transcurren 7 años, trabajas con él y, durante ese tiempo que ha transcurrido, el bosque se ha ido recuperando otra vez porque tienen que pasar otros 10 o 15 años para poder volver a cortar por eso cumple con la idea de sostenibilidad.
Partiendo de la base de que las maderas son certificadas, elijo una madera y otra más dependiendo del proyecto que se va a hacer o siguiendo el proceso de creatividad de los diseñadores. Si lo voy a trabajar en torno la escojo porque es como un flechazo cuando te la encuentras en el almacén.

Eres todo un experto, ¿con qué madera te sientes más a gusto al trabajar?
Es difícil afirmar que uno es experto cuando existen hasta 34.000 tipos de maderas distintas y yo manejo solamente 30 o 40 referencias, ¡que ya son muchas! Si tengo que elegir una, la madera que más le gusta es el nogal español, es el Rolls Royce de las maderas porque es una pieza que al trabajarla no vibra y con poco trabajo de lija queda espectacular, aunque su coste es alto. En España es un regalo trabajar con ella, se aprecia mucho en Alemania, Reino Unido y Centroeuropa. En EE. UU., por ejemplo, una tabla de cortar de madera de nogal español puede llegar a costar 180 dólares.
A la hora de elegir, depende un poco en el momento en el que te encuentres y, personalmente, hay veces que me apetece solo tornear maderas tropicales, pero es un tema personal porque una cosa son los encargos y, otra distinta, es tu obra, la que vas haciendo para tener tu especie de ‘fondo de armario’. De pronto, puedes encontrar una pieza en el almacén que te encanta. Además del nogal español, me vuelve loco el palo rojo, aunque es complicado para trabajar porque al ser una madera muy dura hace un polvo muy muy fino.

¿Qué parte del proceso de elaboración te produce más satisfacción?
Detesto los finales, con lo que más disfruto es cuando empiezo a desbastar y voy encontrando la forma que quiero, por ejemplo, en un plato. Me gusta la parte inicial del proceso en el que partes de algo teórico que cambia porque la madera tiene unas medidas se le da un acabado manual. A veces trabajo con madera totalmente fresca para que ocurra lo que quiera la madera y el resultado sea inesperado. Quizás cuando seque se deforme y eso me gusta mucho porque significa que tiene vida. En ocasiones, cuando empiezas a plantearte la forma con un trozo de madera no sabes qué hay dentro, tú tienes una idea de lo que vas a hacer, pero todo cambia cuando empiezas a ver que metes más la gubia hacia un lado y va a coger una veta y te va a llevar a una forma. Es bonita esa parte de casualidad del trabajo que hace que surja una pieza, me gusta que cada una sea diferente porque así tiene un valor añadido.

Parece que la sociedad ha vuelto a poner en valor lo hecho a mano, ¿cuál es tu visión de este tema?
Mucha gente joven, de entre 28 y 35 años está volviendo a esa idea de tener en su casa un objeto que dure en el tiempo, van buscando la pieza única, aunque les resulte más caro buscan la belleza. Y esto les ocurría a mis padres o a gente mayor que no les molestaba tener una mesa que era imperfecta o se había retorcido porque es lo que implica una materia viva. No es la mesa impecable que tenías el primer año, sino que 50 o 60 años después ha ido cogiendo formas. La madera es un material que va teniendo una historia.

¿Siente tu equipo la misma pasión que tú por la madera?
Hay varios del equipo que sí y además el que no lo siente en un principio acaba valorándolo mucho y queriendo aprender a hacer muchas más cosas. Soy consciente de que aquí se trabaja mucho y, en principio, puedes sentirte más incómodo cuando tienes que enfrentarte a la madera porque es un trabajo más tedioso, pero en el resultado final todos se hacen fotos y están muy orgullosos cuando consiguen una pieza. En un último encargo, se lo han pasado muy bien envejeciendo la madera, es un material con el que todo está en tu mano.

¿Tienes alguna fuente de inspiración?
La ebanistería es un trabajo duro hay en el que se echan muchas horas y hay una frase de Pablo Picasso que me identifica desde hace muchos años y es “la inspiración te pilla siempre trabajando”.
Desde que empiezas puedes tirarte horas y horas en casa pensando, más que en el taller delante del torno. Hay un proceso que ya tienes mecanizado, pero en el tema del torno para mí el dibujo se convierte en una obsesión. Puedo empezar a dibujar y me dan las 3:00 h de la mañana, pero, normalmente, las mejores piezas no me han venido del dibujo, sino que me han pillado aquí en el taller un sábado a las 22:00 h de la noche.

¿Cómo vives tu oficio desde el punto de vista más emocional?
Disfruto al hacer objetos que transmitan algo personal, el artesano tiene la sensibilidad de sacar de un trozo de madera algo que transmita belleza. Se trata de crear un discurso y detrás de tu trabajo hay una narrativa personal porque para mí las piezas son como esculturas. Primero, interactúas con el decorador, el interiorista o el arquitecto y aportas tu parte creativa, te fijas en las vetas las formas.
Antes el trabajo estaba más mecanizado y era aburrido, pero ahora la labor del torno se ha convertido para mí en un tema más personal, es donde tú estás disfrutando con lo que haces y yo lo vivo como un mantra. Durante el confinamiento por la pandemia me venía a tornear y pasaba horas y horas sin pensar. Es como cuando meditas, tu cabeza se queda a cero y lo único que estás pensando es lo que estás haciendo y ese movimiento continuo hasta que desbastas, te pasas horas haciendo el mismo baile con la gubia y es muy bello. Yo que soy muy nervioso solo tengo paciencia con dos cosas en la vida: al ir a pescar atunes y en el torno. No me pidas paciencia en nada más.
